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domingo, 6 de abril de 2014

Debatir ¿para qué?: Las nuevas formas para acallar a los discrepantes

Es curioso advertir cómo cambian las formas de cercenar el debate de las ideas tan necesario en una comunidad que presume de democracia. Quizá sea la mutación de la ortodoxia convencional y la pérdida de vigencia de los valores humanos hasta ahora reconocidos como inmutables lo que sutilmente va degenerando en un desgaste del respeto e incluso el desprecio, hacia las opiniones de los discrepantes, sin que parezca un atentado mortal encubierto a lo que constituye un baluarte de la convivencia democrática como es la libertad de opinar.

           Las nuevas formas a las que me refiero no vienen de frente, son sibilinas, y cómo no tienen su modus operandi en una endeble esfera mediática que prefiere debatir lo que haga más ruido mejor que lo que sirva a los intereses de la generalidad de los ciudadanos, aunque estos sean las mayorías a las que por derecho les corresponda dirigir el orden legal según el mandato otorgado a sus representantes legítimos. Pero las minorías, y en muchos casos las infra minorías sociales, marcan hoy la pauta en el debate ideológico de temas cuyo criterio quieren imponer a toda costa. Si en otro tiempo tuvieron la mayoría suficiente para legitimar la imposición de sus credos, ahora no permiten y tachan de reaccionarios, opresores o autoritarios a quien por la fuerza inapelable de las urnas corresponde gobernar según las formas y principios de quienes los eligieron. Es la quiebra democrática más flagrante, pero la disfrazan -no pueden arriesgar que se les tilde de anti demócratas- de las formas más perversas pero sutiles y mediáticamente eficientes aunque que trastoquen las garantías de la libertad de expresión.
            La técnicas de estas fórmulas para liderar las ideas debatidas es precisamente cargarse el debate social para convertirlo en un  ataque furibundo a las ideas contrarias elevando el tema a la categoría de tabú intocable y por supuesto indiscutible. Si ellos aprobaron, sirva como ejemplo, una ley del aborto sin atender a otras razones que a la fuerza de la mayoría, Hoy sin ese respaldo no es posible, según ellos, someterla a un debate que perderían en la sede legislativa. Hay que plantear la discusión en otros terrenos pues aquel no es suficiente ni idóneo para tratar semejante ataque contra la mujer. Y en el eje de sus argumentos está un slogan, una frase fácil y rotunda que se digiera mayoritariamente sin apenas pensar en ella. Un recurso publicitario de haga de la media verdad, o más aún de una falsedad, una cuestión no debatible por axioma: "Nosotras parimos, nosotras decidimos". Y quien dude de ello no respeta a la mujer ni sus derechos. No hay otra cuestión que discutir. No es posible el debate.
            El axioma supera así, con una frialdad que espanta, cualquier cuestión de obligada consideración sobre el tema: la protección jurídica del concebido, reconocida por el Tribunal Constitucional, es una minucia en un Estado de Derecho; el dictamen inapelable de los científicos sobre la certeza de una nueva vida en el concebido no prevalece sobre el derecho de la mujer; los efectos de la ley vigente sobre el aumento de los abortos realizados incluso en contra de la propia ley no son preocupantes; el criterio del gran numero de mujeres contrarias al aborto ni mentarlas: no nos votan y no son nuestro problema; las alternativas ofrecidas para evitar el aborto y salvar vidas no son efectivas y costarían dinero al erario público;  los efectos nocivos probados que subyacen en la mayoría de las mujeres que opta por el aborto, no es cuestión del Estado, saben lo que hacen y así lo han decidido. Para qué debatir, si la cuestión es clara. Quien quiera hacerlo está en contra de la mujer, contraviene sus derechos, la distingue peyorativamente del hombre. Es un intolerante caduco y retrógrado. ¿Para que tomarse el trabajo de debatir?
            Deténgase el lector en pensar en ello y advertirá la falacia de un discurso fácil pero agresivo, aprovechado, incluso tramposo y desde luego, flagrantemente contrario, por lo intolerante, a lo que sea obrar bajo los principios de la libertad democrática.   

Antonio Montoro

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