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domingo, 21 de febrero de 2016

El individualismo contemporaneo y la crisis de la familia

De la conferencia “La familia y el contexto antropológico-cultural”

Dr. Javier García-Valiño Abós jgarciaval@gmail.com)

Desde una perspectiva filosófica, vamos a considerar un momento la evolución y la fuerte sacudida que ha experimentado el matrimonio y la familia; principalmente durante el último medio siglo, desde la “revolución sexual” de los años sesenta, en nuestro contexto cultural, es decir, en las sociedades post-tradicionales del mundo occidental, que están fuertemente marcadas por la secularización, el relativismo moral, y la multiculturalidad, y sometidas a cambios tecnológicos profundos y muy rápidos que han transformado nuestra forma de vida. Pienso que, en Occidente, el individualismo –como mentalidad y estilo de vida– es una de las claves principales para poder comprender esta crisis y la actual fragilidad del amor conyugal y de la familia.

El individualismo contemporáneo ha sido interpretado con gran lucidez por el filósofo canadiense Charles Taylor y otros pensadores de la corriente comunitarita en su interesante controversia con el pensamiento liberal. Estos pensadores han subrayado el valor de la comunidad en la configuración de nuestra identidad personal y colectiva, también en sociedades con una creciente diversidad cultural, como la nuestra. Por otra parte, los filósofos de la amplia corriente personalista, de acuerdo con la tradición clásica y medieval, consideran que la persona humana existe siempre en relación y es constitutivamente comunitaria. En cierto sentido, el tú es anterior al yo: el yo se constituye y toma conciencia de sí en relación al tú. Por eso, la familia, como comunidad (natural) de amor y de vida, primera comunión de personas e institución pre-política, está presente desde el principio en todas las culturas y civilizaciones.

Por su parte, el filósofo norteamericano MacIntyre, reinterpretando la tradición aristotélica y medieval, ha rehabilitado las nociones clásicas de comunidad y de virtud, viendo un mismo hilo conductor de Aristóteles a san Benito de Nursia, y ha subrayado asimismo la necesidad de contextos comunitarios que promuevan el crecimiento en las virtudes y estimulen la búsqueda de la excelencia. En este terreno, la familia juega un papel decisivo e insustituible.

Ya en 1981, Juan Pablo II, “el Papa de la familia”, afirmaba: «En los países más ricos, el excesivo bienestar y la mentalidad consumista, paradójicamente unida a una cierta angustia e incertidumbre ante el futuro, quitan a los esposos la generosidad y la valentía para suscitar nuevas vidas humanas; y así la vida –en muchas ocasiones– no se ve ya como una bendición, sino como un peligro del que hay que defenderse»

Así pues, en nuestro contexto cultural, podemos constatar «el aumento de un individualismo exasperado que degrada los vínculos familiares, haciendo prevalecer la idea de un sujeto que se construye (a sí mismo) según sus deseos, privando de fuerza a todo vínculo»

También observamos una tremenda contradicción cultural acerca de la familia. Por un lado, entre nosotros, «el matrimonio y la familia gozan de gran aprecio y sigue dominando la idea de que la familia representa el puerto seguro de los sentimientos más profundos y gratificantes. Por otro lado, (…) las tensiones provocadas por una exacerbada cultura individualista de la posesión y el goce generan, en el interior de las familias, dinámicas de intolerancia y agresividad»

La vía para superar esta contradicción y el antídoto contra las secuelas nocivas del individualismo (más o menos exacerbado) es el cultivo y cuidado de las relaciones interpersonales en todos los ámbitos de la vida; de un modo especial, en la familia, porque ella nos proporciona el clima de confianza y seguridad necesario para que todos –desde los niños hasta los abuelos– podamos comunicar nuestra intimidad, sabernos comprendidos y encontrar el apoyo y consejo necesario para seguir adelante. Por mucho que nos alejemos del hogar, la familia es «el lugar al que (siempre) se vuelve» y donde cada uno es (o debería ser) aceptado y amado incondicionalmente.

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