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viernes, 18 de abril de 2014

Mantengamos la esperanza


No parece muy justificable el optimismo del Gobierno sobre la evolución de la economía en nuestro país, pues hasta ahora el único dato objetivo es que se están sentando las bases para conseguir frenar el déficit y emprender la recuperación de nuestra economía familiar.
Sin embargo estamos siendo testigos, a través de los medios de comunicación, de la defensa a ultranza que de los referidos logros han hecho algunos miembros del Gobierno, más pendientes de mirar por el rabillo del ojo de que han hecho o que han dejado de hacer los otros, que de lo que verdaderamente van a hacer ellos mismos. Esta circunstancia, negar la evidencia, se reitera desgraciadamente con más frecuencia de la que sería deseable;parece como si se hubiera instalado en nuestra clase política,sin darse cuenta que el ciudadano contempla atónito o perplejo, una sucesión interminable de declaraciones y contradeclaraciones que no evidencian más que la actitud necia de quien las hacen negando con persistencia la realidad de  lo que sucede. Y esto, lejos de propiciar circunstancias que favorezcan la confianza que se nos reclama desde el exterior, genera todo lo contrario. Así no es de extrañar que la última encuesta de CIS sitúe a la clase política como una de las mayores preocupaciones de los ciudadanos.
Estoy seguro de que vamos a salir de esta crisis, tanto, como que nada  volverá a ser lo que es, ni a funcionar como lo están haciendo hasta ahora; que tendremos que adaptarnos a los cambios que se nos avecina con una mentalidad mucho más abierta de la que ahora tenemos. Pero para que esto suceda la sociedad civil tendrá que estar más pendiente de la evolución de los problemas, participar y colaborar en la solución de los mismo y exigir mayor responsabilidad a la gobernanza de quienes elegimos para ello, sobre todo, para evitar que puedan interpretar que los votos a favor son un cheque en blanco para hacer lo que  quieran, en lugar de adoptar lassoluciones de urgencia  que nos hagan salir de la desesperanza que para muchos es el paro y la pobreza.

A pesar de esto conviene que tengamos en cuenta que esta crisis no es sólo económica, sino también ética y moral y aunque ahora tenemos claro que no es el momento de preguntarnos quién envió los valores al desván, -ni es momento de reproches- lo es, sin embargo, de empezar a llamar las cosas por su nombre. Digo yo, que alguna responsabilidad tendrán quienes con síndrome de grandeza administrativa, crearon empresas que ahora no se pueden costear, o sencillamente gastan lo que no pueden pagar.Algo habrá que hacer, y pronto, pararecuperar el prestigio de la decencia como valor moral deseable.Es urgente que la sociedad civil se conciencie de la gravedad de la situación y de la necesidad de reaccionar frente a la misma buscando el apoyo y el consenso de todos aquellos  que puedan contribuir a superarla. Para empezar necesitamos la actitud ejemplarizante de nuestros gobernantes en particular, y de la clase política en general, para que mantengamos la esperanza de  que de ésta saldremos con el esfuerzo de todos y no sólo con el sacrificio de asalariados, funcionarios y pensionistas.

Juan Miguel Molina

domingo, 6 de abril de 2014

Debatir ¿para qué?: Las nuevas formas para acallar a los discrepantes

Es curioso advertir cómo cambian las formas de cercenar el debate de las ideas tan necesario en una comunidad que presume de democracia. Quizá sea la mutación de la ortodoxia convencional y la pérdida de vigencia de los valores humanos hasta ahora reconocidos como inmutables lo que sutilmente va degenerando en un desgaste del respeto e incluso el desprecio, hacia las opiniones de los discrepantes, sin que parezca un atentado mortal encubierto a lo que constituye un baluarte de la convivencia democrática como es la libertad de opinar.

           Las nuevas formas a las que me refiero no vienen de frente, son sibilinas, y cómo no tienen su modus operandi en una endeble esfera mediática que prefiere debatir lo que haga más ruido mejor que lo que sirva a los intereses de la generalidad de los ciudadanos, aunque estos sean las mayorías a las que por derecho les corresponda dirigir el orden legal según el mandato otorgado a sus representantes legítimos. Pero las minorías, y en muchos casos las infra minorías sociales, marcan hoy la pauta en el debate ideológico de temas cuyo criterio quieren imponer a toda costa. Si en otro tiempo tuvieron la mayoría suficiente para legitimar la imposición de sus credos, ahora no permiten y tachan de reaccionarios, opresores o autoritarios a quien por la fuerza inapelable de las urnas corresponde gobernar según las formas y principios de quienes los eligieron. Es la quiebra democrática más flagrante, pero la disfrazan -no pueden arriesgar que se les tilde de anti demócratas- de las formas más perversas pero sutiles y mediáticamente eficientes aunque que trastoquen las garantías de la libertad de expresión.
            La técnicas de estas fórmulas para liderar las ideas debatidas es precisamente cargarse el debate social para convertirlo en un  ataque furibundo a las ideas contrarias elevando el tema a la categoría de tabú intocable y por supuesto indiscutible. Si ellos aprobaron, sirva como ejemplo, una ley del aborto sin atender a otras razones que a la fuerza de la mayoría, Hoy sin ese respaldo no es posible, según ellos, someterla a un debate que perderían en la sede legislativa. Hay que plantear la discusión en otros terrenos pues aquel no es suficiente ni idóneo para tratar semejante ataque contra la mujer. Y en el eje de sus argumentos está un slogan, una frase fácil y rotunda que se digiera mayoritariamente sin apenas pensar en ella. Un recurso publicitario de haga de la media verdad, o más aún de una falsedad, una cuestión no debatible por axioma: "Nosotras parimos, nosotras decidimos". Y quien dude de ello no respeta a la mujer ni sus derechos. No hay otra cuestión que discutir. No es posible el debate.
            El axioma supera así, con una frialdad que espanta, cualquier cuestión de obligada consideración sobre el tema: la protección jurídica del concebido, reconocida por el Tribunal Constitucional, es una minucia en un Estado de Derecho; el dictamen inapelable de los científicos sobre la certeza de una nueva vida en el concebido no prevalece sobre el derecho de la mujer; los efectos de la ley vigente sobre el aumento de los abortos realizados incluso en contra de la propia ley no son preocupantes; el criterio del gran numero de mujeres contrarias al aborto ni mentarlas: no nos votan y no son nuestro problema; las alternativas ofrecidas para evitar el aborto y salvar vidas no son efectivas y costarían dinero al erario público;  los efectos nocivos probados que subyacen en la mayoría de las mujeres que opta por el aborto, no es cuestión del Estado, saben lo que hacen y así lo han decidido. Para qué debatir, si la cuestión es clara. Quien quiera hacerlo está en contra de la mujer, contraviene sus derechos, la distingue peyorativamente del hombre. Es un intolerante caduco y retrógrado. ¿Para que tomarse el trabajo de debatir?
            Deténgase el lector en pensar en ello y advertirá la falacia de un discurso fácil pero agresivo, aprovechado, incluso tramposo y desde luego, flagrantemente contrario, por lo intolerante, a lo que sea obrar bajo los principios de la libertad democrática.   

Antonio Montoro