Es curioso advertir
cómo cambian las formas de cercenar el debate de las ideas tan necesario en una
comunidad que presume de democracia. Quizá sea la mutación de la ortodoxia convencional
y la pérdida de vigencia de los valores humanos hasta ahora reconocidos como
inmutables lo que sutilmente va degenerando en un desgaste del respeto e
incluso el desprecio, hacia las opiniones de los discrepantes, sin que parezca
un atentado mortal encubierto a lo que constituye un baluarte de la convivencia
democrática como es la libertad de opinar.
La técnicas de estas fórmulas para
liderar las ideas debatidas es precisamente cargarse el debate social para
convertirlo en un ataque furibundo a las
ideas contrarias elevando el tema a la categoría de tabú intocable y por
supuesto indiscutible. Si ellos aprobaron, sirva como ejemplo, una ley del
aborto sin atender a otras razones que a la fuerza de la mayoría, Hoy sin ese
respaldo no es posible, según ellos, someterla a un debate que perderían en la
sede legislativa. Hay que plantear la discusión en otros terrenos pues aquel no
es suficiente ni idóneo para tratar semejante ataque contra la mujer. Y en el
eje de sus argumentos está un slogan, una frase fácil y rotunda que se digiera
mayoritariamente sin apenas pensar en ella. Un recurso publicitario de haga de
la media verdad, o más aún de una falsedad, una cuestión no debatible por
axioma: "Nosotras parimos, nosotras decidimos". Y quien dude de ello
no respeta a la mujer ni sus derechos. No hay otra cuestión que discutir. No es
posible el debate.
El axioma supera así, con una
frialdad que espanta, cualquier cuestión de obligada consideración sobre el
tema: la protección jurídica del concebido, reconocida por el Tribunal
Constitucional, es una minucia en un Estado de Derecho; el dictamen inapelable
de los científicos sobre la certeza de una nueva vida en el concebido no
prevalece sobre el derecho de la mujer; los efectos de la ley vigente sobre el
aumento de los abortos realizados incluso en contra de la propia ley no son
preocupantes; el criterio del gran numero de mujeres contrarias al aborto ni
mentarlas: no nos votan y no son nuestro problema; las alternativas ofrecidas
para evitar el aborto y salvar vidas no son efectivas y costarían dinero al
erario público; los efectos nocivos
probados que subyacen en la mayoría de las mujeres que opta por el aborto, no
es cuestión del Estado, saben lo que hacen y así lo han decidido. Para qué
debatir, si la cuestión es clara. Quien quiera hacerlo está en contra de la
mujer, contraviene sus derechos, la distingue peyorativamente del hombre. Es un
intolerante caduco y retrógrado. ¿Para que tomarse el trabajo de debatir?
Deténgase el lector en pensar en ello
y advertirá la falacia de un discurso fácil pero agresivo, aprovechado,
incluso tramposo y desde luego, flagrantemente contrario, por lo intolerante, a
lo que sea obrar bajo los principios de la libertad
democrática. Antonio Montoro
No hay comentarios:
Publicar un comentario