A veces, he oído de mis amigos
el siguiente lamento: “¡Tenemos un hijo artista! ¿Qué hacemos?” Pues alegraos
muchísimo. Tener un hijo artista no es tener un problema; es tener una
grandísima oportunidad que ni el mundo, ni la historia pueden dejar escapar.
Sí, en efecto, el mundo
necesita magos, payasos, músicos, poetas, pintores, actrices, bailarines,
cantantes, escritores, santos, filósofos, y tantos otros, cuya sensibilidad
especial les permite hacerse cargo de la realidad por una vía no convencional. Ellos
no se gobiernan, generalmente, con criterios ortodoxos. Cuando lo convencional
no vale para explicar el mundo, entonces hay que despertarlos.
En efecto, cuando el sentido
común ya no es tan común porque no atina con la solución a los problemas
reales, entonces hay que acudir a los artistas. A los que viven y padecen de
otra forma y se encaran con el mundo sin tirar de lo estándar y de lo objetivo.
No hay una palabra que odie más un artista que esa: “objetividad”. En orden a
lo objetivo, a lo convencional, a lo decoroso, a lo consensuado y a la
costumbre se han cometido en la historia algunos errores y desafortunados
sucesos que no recordaré ahora. Esto no es un canto a la arbitrariedad, ni al
escepticismo, ni un homenaje a lo “irracional”. Puede parecernos que lo
irracional es lo que queda fuera del sensus
communis, y que lo racional es lo que queda dentro. Pero, ¿no es cierto que
una madre y un padre, aman a su hijo irracionalmente? Lo hacen de una forma afectiva que contiene y
no excluye a la razón, expresándose en modos de comprensión, ternura, firmeza,
paciencia y misericordia, ninguno de los cuales se puede medir racionalmente.
Lo irracional sería que no se comportaran así.
Del mismo modo, ya en el
ámbito civil y social, he de decir que lo artístico no es una dimensión de lo
racional o, lo que es peor, un añadido que decora lo racional, superponiéndose
a él, haciéndolo amable, bonito o hermoso. No, no es eso. Lo artístico es una
de las formas con que los hombres nos hacemos cargo de lo real, del mundo, y de
lo que no es de este mundo, sobre todo si lo racional y lo lógico se vuelven
inoperantes si no impotentes. Persistir en lo exclusivamente racional o lo
tradicional cuando todo ha cambiado y parece haberse mudado o, cuando ha dejado
de ser medible con criterios convencionales, es persistir en algo parecido a
medir longitudes con frigoríficos o pesos con martillos.
Frecuentemente, lo que valoramos
no tiene un adecuado aparato de medida y entonces hay que inventarlo. Son
ellos, los artistas, los que descubren esos nuevos cánones que simpatizan con
lo inédito. Son ellos, los que bailando y surfeando con lo desconocido y lo
tormentoso les “aprenden” sus leyes, humanizándolas, para regalárnoslas después,
inaugurando las civilizaciones y las épocas. Por eso, hoy más que nunca, “el mundo necesita artistas”, porque el
mundo escapa a los criterios e instrumentos convencionales de medición. Mantenernos
en lo convencional sería objetivamente irracional.
Cuando viajamos, más que
dirigimos a las ciudades de los hombres “racionales” de la historia, nos
dirigimos y visitamos las de aquellos que llevaron a cabo la invención de
nuevos modos de legitimación y de explicación del mundo. Hombres especiales,
dotados de una singular sensibilidad, que inauguraron las épocas por las que transitamos
en la Historia de la humanidad. A qué vamos a Florencia, a París, a Roma, a
Atenas, a Barcelona, a Egipto, o a Viena. Vamos a ver lo que hicieron los que
no eran como los demás; los que por tener una sensibilidad artística captaron anticipadamente,
que había que inventar y descubrir nuevos modos de expresar lo que sucedía,
para poder medirlo, controlarlo y humanizarlo. A esos modos inéditos de hacerlo,
bien se les podría llamar, “obras de arte”.
Es verdad que los artistas no
abundan y están ocultos, bajo las piedras, pero hemos de buscarlos porque son
ellos los que pueden generar “un nuevo sentido común” que, sin anular lo válido
del anterior, atine en la diana de una realidad insólita. Me parece que ese es el
modo de dar estabilidad y seguridad a una época. Y así será, hasta que la
realidad y el mundo vuelvan a desbordarnos, obligándonos a acudir a ellos, otra
vez, para que nos expliquen qué sucede y cómo interpretarlo. Las certezas ¡oh
paradoja! no aparecen exclusivamente en el ámbito de lo estable jurídica, burocrática,
política o económicamente, sino en el espacio de lo tempestuoso, lo tormentoso
y lo poético: el de la obra de arte.
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