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sábado, 17 de enero de 2015

El mundo necesita artistas


A veces, he oído de mis amigos el siguiente lamento: “¡Tenemos un hijo artista! ¿Qué hacemos?” Pues alegraos muchísimo. Tener un hijo artista no es tener un problema; es tener una grandísima oportunidad que ni el mundo, ni la historia pueden dejar escapar.

Sí, en efecto, el mundo necesita magos, payasos, músicos, poetas, pintores, actrices, bailarines, cantantes, escritores, santos, filósofos, y tantos otros, cuya sensibilidad especial les permite hacerse cargo de la realidad por una vía no convencional. Ellos no se gobiernan, generalmente, con criterios ortodoxos. Cuando lo convencional no vale para explicar el mundo, entonces hay que despertarlos.

En efecto, cuando el sentido común ya no es tan común porque no atina con la solución a los problemas reales, entonces hay que acudir a los artistas. A los que viven y padecen de otra forma y se encaran con el mundo sin tirar de lo estándar y de lo objetivo. No hay una palabra que odie más un artista que esa: “objetividad”. En orden a lo objetivo, a lo convencional, a lo decoroso, a lo consensuado y a la costumbre se han cometido en la historia algunos errores y desafortunados sucesos que no recordaré ahora. Esto no es un canto a la arbitrariedad, ni al escepticismo, ni un homenaje a lo “irracional”. Puede parecernos que lo irracional es lo que queda fuera del sensus communis, y que lo racional es lo que queda dentro. Pero, ¿no es cierto que una madre y un padre, aman a su hijo irracionalmente?  Lo hacen de una forma afectiva que contiene y no excluye a la razón, expresándose en modos de comprensión, ternura, firmeza, paciencia y misericordia, ninguno de los cuales se puede medir racionalmente. Lo irracional sería que no se comportaran así.

Del mismo modo, ya en el ámbito civil y social, he de decir que lo artístico no es una dimensión de lo racional o, lo que es peor, un añadido que decora lo racional, superponiéndose a él, haciéndolo amable, bonito o hermoso. No, no es eso. Lo artístico es una de las formas con que los hombres nos hacemos cargo de lo real, del mundo, y de lo que no es de este mundo, sobre todo si lo racional y lo lógico se vuelven inoperantes si no impotentes. Persistir en lo exclusivamente racional o lo tradicional cuando todo ha cambiado y parece haberse mudado o, cuando ha dejado de ser medible con criterios convencionales, es persistir en algo parecido a medir longitudes con frigoríficos o pesos con martillos.

Frecuentemente, lo que valoramos no tiene un adecuado aparato de medida y entonces hay que inventarlo. Son ellos, los artistas, los que descubren esos nuevos cánones que simpatizan con lo inédito. Son ellos, los que bailando y surfeando con lo desconocido y lo tormentoso les “aprenden” sus leyes, humanizándolas, para regalárnoslas después, inaugurando las civilizaciones y las épocas. Por eso, hoy más que nunca, “el mundo necesita artistas”, porque el mundo escapa a los criterios e instrumentos convencionales de medición. Mantenernos en lo convencional sería objetivamente irracional.

Cuando viajamos, más que dirigimos a las ciudades de los hombres “racionales” de la historia, nos dirigimos y visitamos las de aquellos que llevaron a cabo la invención de nuevos modos de legitimación y de explicación del mundo. Hombres especiales, dotados de una singular sensibilidad, que inauguraron las épocas por las que transitamos en la Historia de la humanidad. A qué vamos a Florencia, a París, a Roma, a Atenas, a Barcelona, a Egipto, o a Viena. Vamos a ver lo que hicieron los que no eran como los demás; los que por tener una sensibilidad artística captaron anticipadamente, que había que inventar y descubrir nuevos modos de expresar lo que sucedía, para poder medirlo, controlarlo y humanizarlo. A esos modos inéditos de hacerlo, bien se les podría llamar, “obras de arte”.

Es verdad que los artistas no abundan y están ocultos, bajo las piedras, pero hemos de buscarlos porque son ellos los que pueden generar “un nuevo sentido común” que, sin anular lo válido del anterior, atine en la diana de una realidad insólita. Me parece que ese es el modo de dar estabilidad y seguridad a una época. Y así será, hasta que la realidad y el mundo vuelvan a desbordarnos, obligándonos a acudir a ellos, otra vez, para que nos expliquen qué sucede y cómo interpretarlo. Las certezas ¡oh paradoja! no aparecen exclusivamente en el ámbito de lo estable jurídica, burocrática, política o económicamente, sino en el espacio de lo tempestuoso, lo tormentoso y lo poético: el de la obra de arte.
Rafael García Sánchez, arquitecto. Se puede consultar su perfil en:

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