Apagadas
las luces y terminado el jolgorio del carnaval, con el “miércoles de ceniza”
(el día 18 de febrero) ha comenzado el tiempo de cuaresma: cuarenta días en los
que evocamos los que Jesús pasó en el desierto, orando y ayunando, preparándose
para su vida y ministerio público. Este tiempo litúrgico es la preparación
necesaria para la más solemne de las celebraciones cristianas: el misterio de
la Pascua del Señor. Fue en el Concilio de Nicea (año 325) cuando todas las
Iglesias (orientales y occidentales) se pusieron de acuerdo para que la Pascua
cristiana se celebrara el domingo siguiente al plenilunio (día 14 del mes de
Nisán), después del equinoccio de primavera.
La
cuaresma es un tiempo de conversión (en griego, metá-noia: cambio de mentalidad) y purificación interior, alegre y
esperanzado, porque nos invita a dejar atrás el ruido y la estridencia, la
frivolidad y el atolondramiento, el jugar a ser lo que no se es (la existencia
inauténtica), el vivir deprisa y sin un sentido claro; y nos dispone a buscar
el silencio, el recogimiento interior, el auto-dominio, para un renovado encuentro
con Dios, consigo mismo, con el prójimo, y para una relación más sensata con
los bienes materiales. Los elementos esenciales de la cuaresma son la oración,
el ayuno (la penitencia) y la limosna (la práctica o ejercicio de la caridad).
El
Papa Francisco nos ha dirigido a todos un hermoso mensaje para la cuaresma de
este año, titulado «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8), que vale la pena meditar. En él afirma que «la cuaresma es
un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada
creyente; pero, sobre todo, es un “tiempo de gracia” (2 Cor 6,2)». Es, a la vez, un tiempo de fructuosa penitencia, en el
que podemos liberarnos de ciertas “adicciones” y abstenernos no sólo de carne –los
viernes–, sino también de un uso inmoderado del móvil (y otros dispositivos
electrónicos), el whatsapp, las redes
sociales, la televisión, etc.; porque «con nuestras privaciones voluntarias nos
enseñas a reconocer y agradecer tus dones, a dominar nuestro afán de
suficiencia y a compartir nuestros bienes con los necesitados, imitando así tu
generosidad» (prefacio IV de cuaresma).
Es
también un tiempo para superar el individualismo y la indiferencia. Desde los
comienzos de su pontificado, Francisco ha clamado contra la “globalización de
la indiferencia”. Ciertamente, «cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos
olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan
sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen (…). Esta
actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial (…)
una “globalización de la indiferencia”». Sobre todo en los países más
desarrollados, «tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de
noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo
tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir». Ojalá nos sintamos
interpelados por estas palabras y, superando la tentación de la indiferencia,
seamos más compasivos y activamente solícitos.
Javier
García-Valiño Abós (jgarciaval@gmail.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario